Más allá del cuerpo: cuidar la mente cuando convives con una enfermedad crónica
Cuando convivimos con una enfermedad crónica como la Enfermedad Inflamatoria Intestinal (EII) es fácil centrar toda nuestra atención en lo físico: los síntomas, las visitas médicas, los análisis, las pruebas médicas o los tratamientos. Y eso es lógico. El cuerpo se convierte en un territorio exigente y a veces imprevisible. Sin embargo hay una parte esencial del proceso que suele quedar inconscientemente en segundo plano y es el cuidado de nuestra mente y nuestras emociones.
Nadie nos había dicho claramente que algún día podríamos enfermar, pero el ser humano enferma, queramos o no, y cuando nos diagnostican una enfermedad crónica no sólo nos dolerá el cuerpo sino que también impactará profundamente en cómo pensamos, sentimos y nos relacionamos con el entorno. Probablemente nuestra mirada del mundo cambiará con la llegada a nuestra vida de la enfermedad. Por eso entrenar nuestra salud mental no es un “extra” sino una parte fundamental del camino hacia la calidad de vida, a pesar de estar enfermo. Y aunque no podamos eliminar la cronicidad de la enfermedad, sí podemos entrenar nuestra mente y nuestro corazón para convivir con ella desde un lugar más sereno y compasivo.
La enfermedad no te define
Una de las primeras trampas mentales en las que solemos caer es confundirnos con el diagnóstico. Frases como “yo soy enfermo de Crohn” o “yo soy la enfermedad” pueden instalarse en nosotros sin darnos cuenta tiñendo nuestra identidad. Pero tú no eres tu enfermedad. Eres una persona completa, valiosa, con muchas más dimensiones que tu condición médica. La EII puede acompañarte en tu camino, pero no es lo que te define. Separarte mentalmente de la enfermedad no es negarla, sino aprender a convivir con ella sin que lo invada todo.
Las emociones también necesitan atención
La EII, como cualquier enfermedad crónica, remueve emociones intensas: miedo, rabia, tristeza, frustración, impotencia y sobre todo la no aceptación de la enfermedad. A veces estas emociones difíciles se acumulan, nos desbordan o nos desgastan inconscientemente. En lugar de evitarlas o juzgarlas podemos aprender a reconocerlas con amabilidad. Hacernos conscientes de que todas las emociones tienen un mensaje valioso que darnos, y atenderlas y sostenerlas es una forma de autocuidado. Y sí, no es fácil, pero con la práctica se aprende como cualquier otra habilidad psicológica.
Por ejemplo, una herramienta útil que podemos utilizar es “la pausa consciente” que consiste en parar unos minutos al día y preguntarnos con honestidad cómo estás realmente, qué sientes en este momento, dónde lo notas en el cuerpo o qué necesitas. Nombrar lo que nos pasa atenuará la intensidad de la emoción en ese momento y será un primer paso hacia la calma.
Gestos amables que suman
Cuando el cuerpo está más vulnerable nuestra mente necesita aún más mimo. No siempre podremos hacer grandes cosas al respecto, pero sí podemos realizar pequeños gestos conscientes de autocuidado: una pausa para respirar profundamente, escribir unos pensamientos, poner límites a lo que nos agota o darnos permiso para descansar sin sentirnos culpables. Estos pequeños gestos, repetidos con intención, transforman la manera en que nos sostenemos frente a la vida.
Vivir un día cada vez
También es necesario que recordemos que una mente que sufre tiende a saltar al pasado o al futuro. Empezamos a preguntarnos cosas como: “¿Y si esto no mejora?”, “¿Por qué me pasó a mí?”, “¿Qué pasará dentro de cinco años?”. Estas preguntas son humanas, pero no nos ayudan porque nos desgastan mental y emocionalmente.
Una alternativa más sana es traer la atención al presente, al día de hoy: “¿Qué necesitas hoy?”, “¿Qué puedes hacer ahora, aunque sea pequeño?”. La práctica de Mindfulness (atención plena) puede ayudarte a habitar el momento con más serenidad, soltando todos esos pensamientos improductivos.
Conclusión
Cuidar tu mente cuando uno está enfermo no es un lujo, es una necesidad. Es una forma de aliviar el sufrimiento, de vivir tus circunstancias desde una perspectiva que suma a tu calidad de vida. No estás solo o sola, hay muchas personas que sienten lo mismo que tú. Necesitas tratarte con más mimos y autocuidados siendo consciente de que nuestra mente y nuestras emociones juegan un papel importante en cómo te sientes en tu día a día. Se trataría de cultivar recursos internos reales: entrenarnos en aceptar lo que no puedes cambiar, darnos apoyo emocional, conectar con lo que te hace bien o pedir ayuda cuando lo necesitas. Estos recursos no nacen de golpe, pero se pueden entrenar, como un músculo. Día a día, con paciencia y constancia. Y cada pequeño paso que das hacia tu bienestar sumará en tu calidad de vida.
Marian Carulla, psicóloga y psicoterapeuta especializada en Mindfulness